sábado, 15 de julio de 2017

Antonio Ferrera y su histórica gesta en Pamplona

Hoy, día del "Pobre de mi", no he podido evitar recordar que era el aniversario de una tarde inolvidable que en su momento, siendo solo un niño pequeño, me marcó por su grandeza.
Hoy se han cumplido once años de aquella tarde de 2006, en la que el gran protagonista fue un torero extremeño aunque balear de nacimiento, que el pasado mes de marzo celebró sus veinte años de alternativa. Un torero que ha regresado esta temporada tras año y medio en la inactividad por una grave lesión ósea y lo ha hecho de forma increíble, con una ilusión renovada, una plenitud absoluta, un magisterio pasmoso y un momento extraordinario en el que le sirven todos los toros, dejando con todos ellos verdaderas lecciones lidiadoras que siempre están presididas por el valor conjugado con la raza, el sentimiento y la torería.
Naturalmente me refiero al Maestro Antonio Ferrera, un torero que a menudo ha estado ligado a hierros duros y que ha recibido un altísimo número de cornadas, y que aunque es en esta temporada cuando ha alcanzado su plenitud máxima, ya nos había regalado actuaciones grandiosas durante todos estos años, actuaciones de las que uno se acuerda toda su vida.
Una de ellas, una de las más importantes de todas según el propio Ferrera, tuvo lugar en Pamplona el 14 de julio de 2006. Era la última de la Feria del Toro de aquel año y el cartel lo componían Pepín Liria, Luis Miguel Encabo y Antonio Ferrera con ejemplares de la legendaria divisa de Victorino Martín. Los toros salieron en líneas generales y cada uno con sus matices, bastante complicados y exigieron a sus lidiadores hacer sinceros esfuerzos apoyados en la técnica y el oficio.
Liria y Encabo fueron silenciados en sus primeros turnos ante la verdadera imposibilidad de lucimiento y frente a sus segundos, que también fueron difíciles y con teclas pero que ofrecieron más opciones, hubieran podido tocar pelo de haber estado acertados con la espada y fueron ambos ovacionados por el público.
Mientras tanto, Ferrera se las vio en su primer turno con "Murriano" ejemplar con raza, temperamento y transmisión que planteó muchas dificultades por sus constantes frenazos y miradas y su corto recorrido. Con él Antonio tiró de oficio, técnica y raza para plantarle cara, y cuando ya estaba logrando acoplarse, imponerse y pegarle meritorios pases al toro, el "victorino" le propinó una cornada. El derrote, seco y certero, caló en la cara interna del muslo derecho del torero, infiriéndole una cornada de 8 centímetros.
Lejos de tirar la toalla, Ferrera, con un torniquete continuó su faena visiblemente mermado y acabó ganándose el reconocimiento del público. Mató de estocada tras un pinchazo previo y aunque se le pidió la oreja, no hubo petición suficiente, saludando una ovación antes de pasar a la enfermería.
La intriga del alcance de la cornada y la duda de si Antonio saldría o no a lidiar al toro que cerraba plaza y feria era enorme. Sin embargo, tras bastante tiempo en manos del equipo médico, Ferrera salió de la enfermería justo a tiempo. Le habían infiltrado para que pudiera seguir en pie y, dado que los médicos le habían tenido que desguazar la taleguilla, apareció portando un pantalón vaquero.
"Hebijón" fotografiado en "Las Tiesas de Santa María" (http://www.victorinomartin.com/)
El público de Pamplona, (mayoritariamente el de Sol) como es sabido acostumbra a entonar cánticos al son de charangas y bombos embebidos en su ambiente festivo y desentendiéndose aparentemente de lo que ocurre en el ruedo. Sin embargo, según la crónica de "Barquerito" de aquella tarde, emocionados ante la entrega del torero extremeño, durante la lidia de aquel sexto toro estuvieron plenamente metidos en lo que ocurría en el ruedo y acabaron rindiéndose ante Antonio Ferrera.
Salió entonces por la puerta de toriles un imponente "victorino", de pelo cárdeno, ostensiblemente paletón y que cerraba la Feria del Toro 2006. Estaba marcado con el número 71 y su nombre era "Hebijón".

Ferrera lo recibió bien de capa, con lances a la verónica jugando los brazos y perdiendo pasos llevando al toro hacia delante y a media altura, gustándose al cerrar con una media a pies juntos por el pitón izquierdo, el más potable del ejemplar. El tercio de varas fue un mero trámite, dándosele simplemente dos picotazos al "victorino".
Momento en que "Hebijón" cornea a Ferrera cuando éste trataba de realizar la suerte del retrovisor. (http://www.feriadeltoro.net)
A pesar de su merma física, Ferrera cubrió como de costumbre el tercio de banderillas, dejando un muy buen primer par de poder a poder y apoyándose en los palos como es propio en su estilo rehiletero. A acto seguido, Antonio quiso realizar la suerte del retrovisor para clavar el segundo par, la cual es de su invención y consiste en citar al toro desde una larga distancia, realizar un quiebro de espaldas para luego rápidamente ganarle la cara y clavar al cuarteo.
Sin embargo, en el momento del quiebro, "Hebijón" le empitonó en el muslo izquierdo de forma espectacular y violenta, volando el torero y quedando a merced del toro unos segundos en el suelo, siendo vital la rápida actuación de su cuadrilla y compañeros que enseguida se lo quitaron.
El pitón había penetrado en el muslo del torero infiriéndole una cornada extensa y de dos trayectorias, una de 12 y otra de 20 centímetros. Ferrera apenas pudo levantarse. Quedó sin sentido, pálido y con el rostro desencajado. Si en aquel mismo momento hubiera regresado a la enfermería, nadie le hubiera reprochado nada, pues su entrega y su actitud ya habían quedado más que demostradas.
Sin embargo, en cuanto volvió en sí, Antonio, infiltrado tras la cornada del toro anterior, con una auténtica paliza encima y herido en ambos muslos, exigió que le hicieran otra vez un torniquete y que le dieran la muleta.
Ni que decir tiene que, el presidente, con los pies en el suelo, se saltó el reglamento a la torera y cambió el tercio a pesar de que el toro solo tuviera dos palos.
Y ni mucho menos salió el torero con la idea de pasaportar simplemente al toro, sino con la misma actitud que había demostrado a lo largo de toda la corrida. El "victorino", aunque lo cierto es que no humilló nunca, tuvo recorrido, sacó buen fondo y fue a mejor a lo largo de la faena gracias a la buena lidia del torero. Ferrera, absolutamente entregado, dispuesto y enrazado, plantó cara al toro y lo acabó metiendo en el canasto encontrándole la distancia y la altura y respondiendo con firmeza a sus miradas y muchas veces ayudándose con la espada en los naturales y haciendo uso del toque fijador.
Dadas las condiciones del toro, la faena se basó en su mayor parte en el toreo al natural, aunque también logró lucirse con la diestra. La actuación de Antonio frente a "Hebijón" estuvo presidida por la entrega absoluta siempre con conocimiento pero jugándosela en cada muletazo y saliendo con torería de la cara del toro.
Soberbio pase de pecho de Ferrera a "Hebijón". (elpais.com)
El público de Pamplona acabó entregándose y rindiéndose al torero extremeño y coreó cada muletazo de aquella vibrante y también larga faena. Con la plaza convertida en un auténtico manicomio y con el lío ya formado, Ferrera recogió el estoque. Quedaba el último esfuerzo: el de la suerte suprema.
Para ella cuadró Antonio a "Hebijón" en la suerte natural y cuando ya había liado la muleta y montado la espada, el boyante toro se le arrancó antes de que le hiciera la suerte como mandan los cánones. Podía haber pasado en falso y volver a cuadrarlo, pero no hizo sino improvisar la suerte de recibir, dejando una estocada hasta la bola y en todo lo alto. En pocos segundos, "Hebijón" rodó sin puntilla y la plaza estalló.
Ante la unánime petición, el usía otorgó nada menos que las dos orejas y el rabo para Antonio Ferrera.  ¿Fueron merecidos los máximos trofeos? Pues lo cierto es que si nos restringimos a lo que estrictamente fue la faena, las dos orejas eran el premio justo; pero, teniendo en cuenta el heroico esfuerzo realizado por el torero, quizá los máximos trofeos se quedan cortos para premiar tan grandiosa gesta. Un rabo solo debe ser otorgado en situaciones absolutamente extraordinarias, y lo cierto es que ésta lo fue.
También hemos de mencionar que, como guinda al pastel y dejándose llevar por la euforia, el presidente sacó también el pañuelo azul, concediendo una muy exagerada vuelta al ruedo al toro de Victorino Martín, que si bien tuvo virtudes y fue el mejor con diferencia de la corrida, no mereció tal honor y es más, aunque fue el único ejemplar al que se premió con el honor póstumo en aquella feria, el prestigioso Premio Carriquiri le fue otorgado justamente al excelente "Zarandado" de Fuente Ymbro, con el que había tomado la alternativa Ambel Posada el día anterior.
Ferrera, visiblemente emocionado, reventado y vacío no tuvo ninguna prisa en abandonar el ruedo, regresando a la enfermería finalmente, triunfante y llorando con las dos orejas y el rabo de "Hebijón" en las manos en la que según dijo, (al menos hasta entonces) había sido la tarde más importante de toda su vida. Lógicamente no salió a hombros, pues se puso en manos de los doctores, siendo operado en la propia enfermería, para ser luego trasladado al hospital.
  
Momento de la soberbia estocada.
Por aquel entonces, yo tenía 6 años y aunque aún faltaban unas cuantas primaveras para que decidiera ser torero ya mostraba una pasión desmedida por el toro y mi vecino Antonio Limón, que cada semana compraba 6 Toros 6, cada varios meses me daba un montón de revistas con las que yo me quemaba las pestañas para luego empapelar toda la casa con ellas.
Y en una de ellas, (que no he encontrado para subirla al blog) aparecía Antonio Ferrera en la portada con el rabo de "Hebijón" en la mano y sobre el titular "FERRERA HÉROE EN PAMPLONA". Ver a aquel torero con un pantalón vaquero, con un torniquete, lleno de albero, totalmente despeinado y también desprovisto de chaquetilla y además sin perder la serenidad en el gesto, me causó verdadera admiración, más aún cuando supe que el rabo lo había cortado con dos cornadas y a un toro de Victorino Martín, que por lo que había visto en los vídeos de Tierra de Toros era de lo más terrorífico del campo después de Miura.
¿Cómo era posible que un hombre lograra realizar algo semejante? Me pareció simplemente digno de admirar. Y lo cierto es que los toreros, aunque una parte cada vez mayor de la sociedad los repugne por desconocimiento, son grandes artistas pero también superhombres, con una fuerza de voluntad y un espíritu de superación que son ejemplo para todos.
A mi lo cierto es que el de aquella foto me pareció un superhéroe, pues le daba veinte vueltas a cualquiera de los que pudiera haber visto en los dibujos animados.
Muchas veces escucharán aquello de "los toreros están hechos de otra pasta". Pues no. Su grandeza está en que son igual de humanos que todos nosotros y tener la fortaleza mental, el amor propio y hacia su profesión para realizar gestas homéricas tanto dentro como fuera de la plaza.
Los toreros son superhéroes de carne y hueso, aunque muchas veces se nos olvide darle la importancia que verdaderamente tienen solo por portar el chispeante.
 
Mario García Santos (@mario_garsan)

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