sábado, 18 de mayo de 2019

Aparicio y Cañego: 25 años de una faena eterna

Decía Francisco Rabal interpretando a ese mitificado personaje de Juncal, que hay dos clases de toreros: los de arte y los de valor. Y que, aunque esos de arte toreen más bonito y más plástico, son los de valor los que mandan, mientras que los de arte simplemente acompañan.
En cierta parte, este planteamiento tiene lógica y razón y es un mantra que muchos personajes con los que nos cruzamos en el mundo del toro tienen por bandera, elevándolo hasta lo irracional.
El ser humano tiende a huir de aquello que le provoque el esfuerzo de razonar y prefiere el dogma o lo emocional antes que lo racional y por tanto profundo. Por ello, comúnmente, tiende a simplificar cosas muy complejas porque es mucho más sencillo y menos laborioso. O eres de izquierdas o de derechas, monárquico o republicano, de letras o de ciencias, del Real Madrid o del Barcelona...
El toreo, como todos los ámbitos, tampoco se escapa de esas simples y a veces absurdas dicotomías. O es una ganadería torista y dura, o es torerista y comercial y los toreros, o son de arte o son de valor.
Pero no, señores, la realidad es compleja y estas dicotomías son un marco muy pequeño, excluyente y el ceñirse a ellas es algo propio de mentes pequeñas.
Definir o encasillar a un torero es algo complejo y difícil; aunque sin embargo, al final, hacer el toreo sea hacer toreo indistintamente. Pensemos por ejemplo en Talavante. Ateniéndonos a esa clasificación simplista, ¿qué sería? ¿De arte o de valor? El Juli, José Tomás, Roca Rey, Manzanares, Morante, Ureña, Emilio de Justo, Fortes... ¿Qué son? ¿De arte o de valor? O más profundamente, ¿qué es el arte y qué es el valor? O más hondo aún, ¿qué es el toreo?

De esta manera, si insuficiente y simplista resulta esa clasificación entre arte y valor, más lo es cuando nos referimos a Julio Aparicio Díaz, un torero que más que ningún otro merece la clasificación tan contradictoria como veraz de torero inclasificable.
Hijo de una gran figura del toreo como Julio Aparicio Martínez y de Magdalena Díaz "Maleni Loreto", reconocida bailaora natural de Sevilla y de etnia gitana, Julio decidió ser torero por verdadera vocación. Lo común y lo habitual que se escucha hoy día de él es que fue (y es) un torero artista, diferente y con personalidad. Y son éstas tres calificaciones que dicen muchísimo de lo que es un torero, pero que se quedan realmente cortas porque, aunque no se recuerde o no se le haya hecho justicia, Julio Aparicio Díaz ha sido muchísimo más que un torero de arte e inspiración.
Hablar de Julio Aparicio es hablar de un torero único y genial, con un profundísimo y personal sentir que expresaba y transmitía delante del toro con una fuerza descomunal que le brotaba desde muy adentro. Esa personalidad y ese sentir tan fuertes le llevaban al mismo tiempo a ser capaz de realizar la más grande de las faenas y a ser absorbido por su propia mente, pues el torear sus propias emociones le pasaba a menudo factura impidiéndole estar bien o hasta jugarle verdaderas malas pasadas...

Pero no solo hablamos de un torero de tremendo sentimiento e inspiración, sino igualmente de quien hacía el toreo con unas muñecas rotas y que toreaba tan natural como encajado, asentado y profundo. Un torero que no solo hacía como nadie el toreo fundamental, sino que tenía la suficiente raza y capacidad para hacer todo tipo de suertes como el torear extraordinariamente de rodillas, y sorprender con los impulsos más impresionantes y personales. Pero también era un estoqueador relativamente seguro y ortodoxo, algo que, paradójicamente no suele relacionarse con los toreros de su corte.
Sus faenas llegaban con enorme fuerza solo por su sentimiento, su pasión y su carga emotiva a pesar de que en ocasiones por ella sacrificara en parte la naturalidad o a veces también la pureza. En cualquier caso, todos estos aspectos hacían de Julio Aparicio Díaz un torero incomparable.
En este día le dedicamos esta entrada porque justo hoy sábado, se cumplen nada menos que las bodas de plata de una faena eterna. Un cuarto de siglo desde aquella tarde isidril del 18 de mayo del 94 en la que inmortalizase a "Cañego" de Alcurrucén en una faena que nunca ha quedado en el olvido.
Julio había toreado mucho de novillero con picadores desde su debut en febrero de 1987 en la plaza de toros de Gandía (Valencia), siendo apoderado, y en cierto modo cuidado, por las mejores casas. En sus tres temporadas con los del castoreño tuvo muchas actuaciones verdaderamente memorables, lo que le catapultó a una alternativa con gran ambiente tras ser uno de los novilleros punteros de su tiempo. Se doctoró en su Sevilla natal, la tarde del Domingo de Resurrección de 1990, vestido de blanco y oro, siendo su padrino Curro Romero quien le cedió los trastos en presencia de Juan Antonio Ruiz "Espartaco", para lidiar al toro "Rompelunas" de la ganadería de Torrealta.
En sus primeros años de matador, Julio había cosechado grandes éxitos y realizado faenas de gran trascendencia, pero en plazas de menor entidad en comparación con los escenarios de primerísimo nivel que rigen de verdad el toreo.
Se le criticaba mucho su falta de compromiso, se le negaba su condición de figura emergente y se afirmaba que esos triunfos alcanzados no tenían demasiada relevancia porque habían sucedido en escenarios menores. Se le acusaba de ser un torero débil y sin la capacidad de ir a afrontar compromisos de verdad importantes tras una carrera entre algodones que había llevado desde novillero.
Aunque hubo negociaciones para anunciar su confirmación en el San Isidro de 1993, finalmente no hubo entendimiento con la empresa y, para más inri, en pleno mes de mayo, Aparicio debía cortar la temporada al sufrir una grave lesión de ligamentos mientras toreaba en la plaza francesa de Nimes. Dicha lesión estuvo cerca de haber tenido consecuencias irreversibles y le mantuvo apartado de los ruedos hasta el inicio de la siguiente temporada.
Tras varios años de espera, finalmente la confirmación de alternativa en Las Ventas se cerró en el San Isidro de 1994.
La expectación de aquella corrida era grande, pues además de ser un gran cartel, se aguardaba con gran ilusión en la capital la llegada de Aparicio; aunque igualmente, un sector de la afición venteña le esperaba más con ansias de censurarle tras cualquier fallo y así reafirmar las críticas que tanto se le habían hecho que con la ilusión de verle torear. Un tribunal popular que muchas veces, por ese afán judicial puede dificultar más el desarrollo del toreo que los propios toros.
De esta forma llegó por fin la esperada tarde del miércoles 18 de mayo, donde en una plaza que registraba una gran entrada Julio Aparicio, vestido de grana y oro, hizo el paseíllo desmonterado en medio de sus dos compañeros de terna: José Ortega Cano y "Jesulín de Ubrique".
Para la ocasión se había anunciado una corrida del hierro de Manolo González, de la cual tan solo tres toros titulares fueron aprobados, remendándose con otros tres ejemplares de la ganadería de Alcurrucén, también de encaste Núñez.
El abreplaza, el toro de la confirmación, fue "Candelero" de Manolo González, con el cual, tras la ceremonia Aparicio estuvo correcto y voluntarioso, sin poder dejar más que algunos pases sueltos ante un toro flojo y soso y al que mató bien, siendo silenciado.
La tarde estaba siendo totalmente decepcionante, no estaba pasando nada. Las faenas, entre el viento, el frío, que los toros no servían demasiado y los toreros no estaban demasiado inspirados, no tomaban ningún vuelo. Ortega fue pitado con el segundo y tras su actuación en el cuarto hubo una fuerte división e igualmente "Jesulín" fue abucheado y aplaudido tras la lidia del tercero.
Al contrario de lo que suele suceder cuando hay una confirmación, el confirmante no lidió primero y sexto, sino que, al tener mayor antigüedad que el testigo, una vez recuperado el orden natural en los segundos turnos, Aparicio lidió al quinto de la tarde y luego "Jesulín" cerró plaza con el sexto.
De esta forma, apareció en el ruedo el quinto toro, "Cañego" de nombre, un ejemplar cuatreño nacido en diciembre de 1989, de pelo negro chorreado en morcillo, herrado con el número 67 y perteneciente a la divisa de Alcurrucén. Un toro de 566 kilos de peso, recogido de pitones, armónico y muy en el tipo del encaste Núñez.
Como es clásico en la procedencia, el toro salió abanto, frío, sin fijeza, gazapón y sin definirse. Tras pararlo y durante el tercio de varas Julio no llegó a estirarse con el capote ni a hacer quite, pues el toro se quedaba corto y era muy incierto. No obstante, el torero tuvo paciencia y se limitó a lidiar de capa, esperándolo, llegándole cerca con las bambas, viéndolo y tratando de ayudarle a romper. Finalmente Julio, con un torero recorte, lo dejó colocado frente al caballo que montaba su picador Ángel Rivas, quien le administró una primera vara un tanto trasera y no de mucha duración, en la que el toro se dejó pegar empujando por derecho y con la cara a media altura.
Tras el puyazo, Aparicio volvió a hacerse cargo del toro y a darle un buen número de capotazos, en los que con paciencia, serenidad y conocimiento lidiador volvió a calibrar las condiciones del animal y a tratar de hacer las cosas a su favor. De nuevo tomó el toro otro puyazo muy en corto, empujando sin celo y repuchándose. Fue "Jesulín" quien lo sacó del caballo e hizo valer su derecho de quite; no obstante no llegó a rematarlo, pues el toro lo imposibilitó dada su embestida incierta y ayuna de franqueza. El propio torero de Ubrique lo dejó frente al peto para tomar una tercera vara, que fue bien señalada por Rivas y en la que volvió a repucharse. Una vez cambiado el tercio, Ortega Cano tampoco dejó escapar su oportunidad y logró hilvanar dos verónicas y una media, aunque sin asentar demasiado las plantas y siendo pronto censurado por un público aún contrariado tras su actuación en el segundo.
El toro de Alcurrucén no rompía, esperaba mucho, desesperaba su gazapeo, no tenía fijeza, probaba, medía; pero a pesar de ello, Julio, esperanzado por cómo en muchas ocasiones había apuntado por su forma de meter la cara, confiaba en que al final, como buen Núñez tuviese un buen fondo y lo acabase sacando.
En el tercio de banderillas, Luis Villalba "Villita" se encargó de la brega, mientras que Jesús Márquez y el tercero Pedrín Sevilla colocaron los palos, todos ellos con mayor eficacia que verdadera brillantez ni lucimiento, cerrando al toro en el tercio una vez colocados los rehiletes.
Llegados al tercio final, con la muleta montada sobre la derecha, Julio se reunió con el toro pegado a tablas pasándolo genuflexo por el pitón derecho para a acto seguido separarse del animal unos metros con pasos laterales. El toro le venía andando, muy incierto y probando mucho, pero a base de esperarlo y tragarle, lo fue sacando para afuera con varios muletazos de pitón a pitón, en los que le embistió sin humillar en exceso pero con recorrido. Tras rematar con dos pases de pecho unos metros más afuera de las rayas arrancó las palmas del público mientras salía andando de la cara. Separado unos pocos metros del toro montó la muleta nuevamente sobre la diestra e hizo el amago de comenzar una serie paralelo a las tablas; pero antes de llegar a colocarse, decidió cambiar el planteamiento y situarse en el centro del ruedo y citar en la larga distancia.
Mientras Julio se dirigía del tercio a los medios corriendo para atrás, el runrún del público aparecía de forma reveladora e iba creciendo mientras el torero se descaraba y mostraba su decisión con ostensibles gestos. El toro le aguardaba encampanado en el tercio sin demasiada fijeza en él, pero tras varios cites y acortar varios pasos, "Cañego" acudió de largo a la muleta de Julio, andando los primeros metros como había hecho toda la lidia y rompiendo a galopar con alegría a mitad de camino.

Le aguantó el torero sus titubeos y le dio dos pases diestros en línea recta quedándose en el sitio para ligar a acto seguido tres derechazos encajados, profundos y arrebatados, para cambiarse la muleta por la espalda y dar gran un pase de pecho, saliendo el torero con enorme arrebato y dando un espadazo al aire. La plaza crujió en olés tras cada muletazo y en una atronadora ovación tras rematarse la serie. De golpe y casi sin avisar, el gran acontecimiento comenzaba a producirse. El torero, gracias a su técnica y a su gran decisión había logrado hacer romper al toro y acoplarse absolutamente a él. La conjunción era total y la emoción del mejor de los toreos y el galope y la boyantía del toro llegaron inmediatamente al público, que entró en la faena con una fuerza tremenda.

Tras esta primera serie, Aparicio se había transfigurado del todo. Totalmente entregado y roto, su rostro y su cuerpo reflejaban la más absoluta emoción y el más tremendo abandono.
Sin más dilación montó otra vez la muleta sobre la derecha e inició una nueva serie citando con la pata alante y descarándose abriéndose la chaquetilla con la mano izquierda. Llegó de esta forma una nueva serie con cuatro portentosos derechazos, luego un cambio de mano interminable y cerrando con un sublime trincherazo con la zurda sin ayudarse del estoque simulado, desplantándose nuevamente invadido por la emoción.
Sin solución de continuidad se cruzó con el toro para citar ahora sobre la izquierda y en una corta distancia, trazando cuatro naturales perfectamente enganchados y llegándole muy cerca al toro con los vuelos, rematando la serie con un monumental pase de pecho, saliendo andando de la cara totalmente desbordado de felicidad.
Regresó entonces a la mano derecha para, cerca de "Cañego" y con la muleta retrasada, bordar un derechazo sublime por profundidad y ajuste, y tras cruzarse y provocar mucho la arrancada con toques secos y atacando con el pie, extraer dos nuevos muletazos diestros de excelsa profundidad y largura, siguiendo con un trincherazo y un nuevo derechazo para salir andando con tremenda torería a recoger la espada, que le entregó en el tercio su propio subalterno "Villita".

Aun embriagado por la emoción, Julio tuvo lugar de tomarse su tiempo para, con parsimonia, regresar al encuentro del toro ahora ya con el estoque de verdad. Una vez lo hizo, se perfiló dándole los adentros al bravo para poner un magnífico broche de oro a su obra, citando genuflexo con la mano izquierda para dar así tres pases por bajo sensacionales y, ya erguido, trazar un monumental pase de pecho. Justo ahí, tras el último muletazo y necesitando solo un pasito lateral, quedó cuadrado "Cañego" entre las dos rayas y en la suerte natural. Llegó aquí la hora de la verdad y el público, consciente de ello, contuvo su júbilo para guardar un respetuoso y mágico silencio, que rompía un inevitable y expectante runrún.
Julio Aparicio lió la muleta debidamente, se perfiló y se columpió primero levantando los talones y una vez colocado, antes de hacer la suerte se tomó unos segundos de oro para ganar en concentración y sentir la suerte suprema. Entonces se acercó un poco la muleta hacia su cuerpo y a la vez que provocaba con la voz se la echó al toro a ras de suelo y arrastrando el pie izquierdo en su salida. "Cañego" humilló y descubrió la muerte y Julio sacó contundentemente su brazo derecho para hacer la cruz y enterrar la espada hasta los gavilanes. El silencio se rompió de puro estruendo y el torero, casi fuera de sí trataba de evitar que su cuadrilla tocase al toro. La estocada era sublime, en la misma yema y con la trayectoria perfecta. El toro de Alcurrucén, herido de muerte, no tardaba en echarse entre las dos rayas y rápidamente fue apuntillado por Pedrín Sevilla.
La petición unánime y atronadora estallaba exigiendo las dos orejas, que fueron pronto concedidas por el palco. El torero, mientras tanto, ajeno a la concesión de los trofeos lloraba desconsoladamente en el estribo. Lloraba Julio como lloran los hombres y como lloran los toreros. Lloraba de pura emoción y felicidad. Lloraba porque había logrado poner boca abajo la primera plaza del mundo. Lloraba porque había logrado la puerta grande el día de su confirmación. Lloraba porque se cumplía un sueño, pero sobre todo, sus lágrimas eran la expresión más grande de lo que suponía haber cuajado al toro toreando con el corazón y con el alma y de haber expresado su más profundo ser haciendo el toreo.
El público le obligó a dar dos clamorosas vueltas al ruedo y tras lidiar "Jesulín" sin pena ni gloria al sexto, su vuelta al ruedo en hombros bajo las notas de "Marcial eres el más grande" y la salida en volandas por la Puerta Grande fue una de las bonitas y clamorosas de cuantas se recuerdan en la Monumental Plaza de Toros de Las Ventas.
Aquella faena de la que ahora se cumplen 25 años, ha sido una de las obras más impactantes y recordadas de cuantas se han podido presenciar en una plaza de toros. Aquel 18 de mayo tuvo lugar un hito que más allá de las dos orejas o la puerta grande que lanzó a un torero como nueva figura, fue mucho más. Fue una faena mágica y estruendosa de tan solo 26 muletazos (sin contar el inicio antes del cite de largo) que supusieron un monumento al arte de torear. No fue la faena más pura, tampoco la más estética, ni mucho menos la de mayor compás ni naturalidad. Pero lo que tuvieron esos 26 muletazos fue la emoción más absoluta. Una emoción tremenda que provocó la entrega, el júbilo y el delirio más absoluto de todas las personas que abarrotaban la plaza, desde el más ignorante hasta el mejor y más entendido aficionado. Y esta emoción se produjo directamente desde lo que el torero expresaba con el alma y su corazón gracias también a la no menos vibrante embestida del toro, un toro que fue muy agradecido a la lidia y a la actitud del torero y que acabó, como los toros bravos, yendo a más y a mejor.
Natural de Aparicio en Las Ventas a un toro de Garcigrande el 3 de junio de 2008, la tarde de su regreso a Las Ventas tras la cornada y en la que no cortó orejas pero dejó muchos muletazos para el recuerdo.

La emoción de esta faena fue tan inmensa que a día de hoy, tras un cuarto de siglo en el que ha sido reproducida en diferido hasta la saciedad, no ha sido con ello sino magnificada aún más su grandeza.
Ahora bien, esta faena del 94, siendo el suceso más grande de cuantos logró protagonizar Julio Aparicio a lo largo de su carrera, porque fue en Madrid, fue también la tarde de su confirmación y una faena total en lo que a emoción se refiere; pero este torero ha sido muchísimo más que esa faena; es más, esa faena es un pequeño apunte de lo que Julio ha sido como torero.
Como decíamos en el inicio de esta entrada, Julio Aparicio ha sido un torero único e incomparable como pocos, pero no solo por su sentimiento, su arrebato y su inspiración, sino también por su pureza, su sentido del temple, su personalidad, su naturalidad, su gusto, sus muñecas rotas, su compás y también su gran capacidad. Sus más grandes faenas fueron muchas y durante muchos años, desde sus tiempos de novillero hasta su etapa de matador veterano. Faenas como las que hizo de novillero en Sevilla, El Escorial, Huelva, Granada o Murcia o de matador en plazas como Salamanca, Ronda, Barcelona, Málaga o Nimes y un larguísimo etcétera, aunque no son tan recordadas, tuvieron una calidad y una categoría superiores a la de Las Ventas en 1994, pero esa tarde, sin lugar a dudas, fue única y especial por muchísimos motivos.
Su carrera sin embargo, a pesar de que tuvo etapas de enorme categoría y regularidad, fue una trayectoria de claroscuros y de idas y venidas. En 1998 con el sitio y la confianza bajo mínimos y tras unas cuantas tardes desastrosas, Julio decidió retirarse y darse un tiempo, regresando varios años más tarde a los ruedos. El Domingo de Resurrección de 2008 sufrió una grave cornada en Las Ventas, al entrar a matar a un toro de El Puerto de San Lorenzo. Era la primera que sufría en su carrera, pero logró superar el trance y prueba de ello fueron varias faenas importantes que realizó esa misma temporada tras reaparecer e igualmente en la temporada de 2009. El 20 de mayo de 2010 realizaría en Nimes la que seguramente fue su última obra maestra, una verdadera lección magistral, al cuajar de forma sensacional a "Ropalimpia", un gran toro de Núñez del Cuvillo al que cortó las dos orejas.
Natural de Aparicio a "Ropalimpia" en Nimes
El día siguiente, afrontaba su compromiso en la feria de San Isidro con una corrida de Juan Pedro Domecq junto a Morante y El Cid. El primero de la tarde, un imponente jabonero llamado "Opíparo", al dar un pase natural le derribaba al ponerle una zancadilla con los posteriores, para luego en el suelo propinarle una brutal y espeluznante cornada. Un trance lleno a la vez de mala fortuna por el derribo y por ser empitonado pero también un milagro absoluto por el recorrido del pitón bordeando zonas vitales y salir limpiamente. Poco tiempo después sufrió además el torero graves lesiones en el talón de Aquiles y los ligamentos de la rodilla, pero lo cierto es que Julio nunca volvió a ser el mismo tras aquella cornada. En 2012, tras dos desastrosas tardes en San Isidro, al término de la segunda de ellas, en un acto de vergüenza torera le pidió a su compañero de cartel "El Fandi" que le cortase la coleta.

En 2014 reapareció vestido de luces toreando una corrida en la plaza de Manzanares, en la cual de nuevo estuvo muy desafortunado y desde entonces no ha vuelto a vestir el chispeante, aunque sí ha actuado en estos años en diversos tentaderos públicos y festivales, el último el pasado 28 de febrero en la plaza de toros de Alcalá del Río.
Su carrera, aparentemente acabada, ha tenido una recta final muy triste e injusta que aunque empaña enormemente su trayectoria, no puede ni debe hacer olvidar lo que ha sido como torero. Y Julio ha sido mucho más que las morbosas imágenes de una cornada terrorífica y que sus apariciones mediáticas por circunstancias ajenas a lo estrictamente taurino.
Julio Aparicio Díaz ha sido un torero genial e incomparable y en cualquier caso, su toreo, hecho desde adentro como pocos lo hicieron, nunca puede caer en el olvido, pues faenas como la que hace hoy veinticinco años realizó a "Cañego" llevan marcadas el sello de lo eterno...

Fotografía de José Aymá.
Mario García Santos (@mario_garsan)

jueves, 20 de septiembre de 2018

Feria de Camas 2018 (Tentadero público)

Tras ser suspendido en la mañana del sábado debido al mal estado del ruedo por la lluvia y el escape hidráulico, se celebró finalmente el tentadero público en la jornada matinal del domingo 16.
Como viene siendo habitual desde hace años, en este evento actúan los alumnos de la escuela taurina que no se han anunciado en la novillada. Por ello, torean conjuntamente jóvenes, (algunos de ellos aún niños), muy verdes junto con otros con más experiencia y oficio que por ser contadas las plazas no han tenido cabida en la novillada.
En total fueron diez los jóvenes que actuaron, y lo hicieron con dispar fortuna, destacando el toreo con el capote de Juan Andrés González y los quehaceres muleteros de Liberto Díaz y Pepe Martínez entre otros.
Los actuantes fotografiados al término del tentadero.
Se lidiaron cuatro vacas cedidas por el mismo ganadero que lidia en la novillada como suele ser costumbre; sin embargo, no pertenecieron al hierro de El Parralejo, sino a la ganadería de Manolo González, de encaste Núñez. Esto se debe a que la finca "Monte San Miguel" en Aracena, ha sido adquirida recientemente por los propietarios de El Parralejo y en ella también se sigue encontrando un buen número de animales del hierro de González.
Estas añojas dieron todas ellas opciones de faena dentro de una gran diversidad de comportamientos. A pesar de su poco tamaño, sirvieron mucho para el aprendizaje de los jóvenes aspirantes. A continuación, pueden contemplar las fotografías realizadas por María del Mar Cazorla que de alguna manera sirven para resumir lo visto en este tentadero público.




Liberto Díaz.




Momentos de Mario García


Aunque luego no lograse alcanzar esas cotas con la muleta, Juan Andrés González toreó a la verónica de forma sensacional a la segunda becerra. 



El mexicano Giovanni Hernández.


Muletazos de Pepe Martínez.


Daniel Fernández.

Ignacio Sabater.

Mario García Santos (@mario_garsan)

lunes, 2 de abril de 2018

¿POR QUÉ TOREAS?

A continuación pueden leer el relato "¿Por qué toreas?", por el cual he sido galardonado con el segundo premio de la modalidad literaria en el XXIX Concurso de Creación Literaria y Artística organizado por Aula Taurina.

A la edad de catorce años, un adolescente con físico pueril y mentalidad de adulto en ciernes, decidió apuntarse en la escuela taurina esperando realizar no sabía muy bien qué sueño. Llegaba este joven con toda la ilusión del mundo y con la bendita inocencia de no saber dónde se estaba metiendo. Le movía una vocación un tanto tardía que le impulsaba a hacer algo de lo que aún no tenía ni la más remota idea.
Ese primer año fue realmente duro, de estrellarse contra todo y de sufrir mil situaciones en las que se andaba alrededor del ridículo por la ilusión pura y la absoluta inocencia. No tuvo apoyo alguno de nadie dentro de tan difícil mundo, nadie que le ayudase ni que tratara de guiarle para aprender a andar solo. Todo fueron frustraciones y aprender lentamente de la torpeza, y créanme que no existe un mundo más duro y a la vez más bonito que el mundo del toro para aprender a vivir viviendo.
Muy poco antes de su decimoquinto cumpleaños, le llegó su primera prueba de fuego: el primer encuentro con un animal bravo en un evento en su propia escuela. No era más que una pequeña becerra cuyos apéndices auriculares tenían mayor longitud que sus astas. Sin embargo, no fue capaz de mantener la quietud ni de dominar nunca la situación, pues verdaderamente no sabía cómo y no logró escuchar ni entender lo que le decían esas voces que nunca antes habían estado ahí cuando él mostraba sus ganas de aprender.
Volvió aquel día de su debut llorando sin consuelo, y en su ambiente familiar, donde no había agradado su idea de ser torero, pensaron que al fin volvería a la cordura y a ser un niño normal. Sin embargo, el joven continuó entrenando y esmerándose como si nada hubiese pasado. Él no lo sabía, pero el paso que había dado había sido trascendental por lo que significaría para él. Cumplía ya los quince años y continuó esforzándose por aprender y sacrificándose como el primer día, pensando que rendirse no era una opción.
Seguramente, deslumbrados por aquello, dos de los novilleros sin caballos que iban a entrenar a la escuela le tendieron la mano, comenzaron a guiarle y a enseñarle nociones básicas sin las cuales es imposible torear. Sin duda ambos se vieron reflejados en aquel niño que también un día fueron y creyeron que este joven merecía un poco de ayuda.
Una tarde, tras el entrenamiento, Curro, uno de los novilleros, le hizo una pregunta. Una pregunta que solo la propia persona puede responderse a sí misma, porque la respuesta es tan esencial como subjetiva. Ésta era la de: ¿Por qué toreas? Y no eran válidas respuestas como, “porque quiero" o "porque me gusta.” El chico se quedó perplejo y sin saber qué responder; pero solo tuvo que consultarlo aquel mismo día con la almohada para dar con la respuesta, y ésta le serviría para siempre. Para tener las cosas claras y para recordarlo a menudo, los días en los que todo saliera bien y en el día a día para saber por qué caminaba y hacia dónde y sobre todo, en los días en los que todo viniera en contra y la vida golpeara con fuerza, para ser capaz de volver a levantarse.
Poco después de aquello, sin esperarlo, le llegó una nueva oportunidad de verle la cara. Ciertamente, no sabía muy bien a dónde ni a qué iba cuando le dijeron que iba a un tentadero a una ganadería. Allí, antes de un toro, el matador invitado toreó una vaca. Una erala burraca, bien criada y que, aunque no le importó porque tampoco supo verlo, tenía dos puntas como dos alfileres. Tras la labor del torero, le permitieron tener su momento. Montó su muleta y sorprendentemente despacio, encajado, sentido y bien colocado, embarcó la embestida en una interminable y ligada tanda de derechazos, cada cual más ceñido, más acompasado, más templado y más profundo. Sintió cómo el animal pasaba una y otra vez rozándole el cuerpo, empapándole de sangre y persiguiendo bravamente su muleta.
Desmayándose se rompió la cintura en cada muletazo y acabó cambiándosela por la espalda y bordando un pase de pecho, para luego desplantarse casi con lágrimas en los ojos.
De aquella mañana de febrero han pasado ya varios años y aquel joven siguió luchando por su sueño y pensando que rendirse no era una opción, estrellándose muchas veces contra la frustración y la realidad siempre tan injusta, pero teniendo claro que debía ser fiel a sí mismo y aprender a andar sin engañarse nunca y que llegase a donde llegase, esa fidelidad ya sería un orgullo para toda su vida.
Ahora es cuando volvemos a hacernos esa pregunta tan difícil y tan importante que al joven del que hemos hablado le formularon. ¿Por qué se torea?
Se torea para expresar un sentimiento, para transmitir una emoción, para sacar del alma algo tan profundo que no se puede contar más que toreando. Por ello los toreros son grandes artistas, pero tienen el condicionante de que no realizan su obra cantando, ni tocando un instrumento, sino delante de un animal poderoso e indómito y que tiene su propia voluntad, al que, mediante el valor apoyado en la técnica y la inteligencia, se le puede realizar esa obra, pero nada menos que arriesgando la vida correspondiendo a que el animal te entrega la suya.
Se torea como se es y toreando se cuenta ese misterio que se necesita expresar del que hablaba Rafael "El Gallo". Aunque hasta en las peores tardes vemos algún lance o muletazo para el recuerdo, lograr eso en una faena rotunda es algo altísimamente difícil, pero que, cuando se produce y se conjuntan toro, torero y público, tienen lugar los acontecimientos inolvidables que sacuden el toreo, y en los que incluso nos dan absolutamente igual el dinero, las fincas, las orejas... pues nada importa más que lo eterno.
El toro, ese animal que te da la gloria y que te quita la vida, es el único que imparte justicia en este mundo tan bello, pero tan repugnante en lo que no se ve, pues es él, al final, quien descubre a los malos toreros y a los impostores, a esos que no tienen ningún misterio que decir o que directamente no dicen nada porque no tienen nada que expresar o que fingen ser lo que no son.
Ya lo dejó dicho el Maestro José María Manzanares: “ser torero implica un fondo de sentimiento y una manera de ser y vivir que distingue. Por eso, a los toreros de verdad, los conoces hasta en la calle."

sábado, 15 de julio de 2017

Antonio Ferrera y su histórica gesta en Pamplona

Hoy, día del "Pobre de mi", no he podido evitar recordar que era el aniversario de una tarde inolvidable que en su momento, siendo solo un niño pequeño, me marcó por su grandeza.
Hoy se han cumplido once años de aquella tarde de 2006, en la que el gran protagonista fue un torero extremeño aunque balear de nacimiento, que el pasado mes de marzo celebró sus veinte años de alternativa. Un torero que ha regresado esta temporada tras año y medio en la inactividad por una grave lesión ósea y lo ha hecho de forma increíble, con una ilusión renovada, una plenitud absoluta, un magisterio pasmoso y un momento extraordinario en el que le sirven todos los toros, dejando con todos ellos verdaderas lecciones lidiadoras que siempre están presididas por el valor conjugado con la raza, el sentimiento y la torería.
Naturalmente me refiero al Maestro Antonio Ferrera, un torero que a menudo ha estado ligado a hierros duros y que ha recibido un altísimo número de cornadas, y que aunque es en esta temporada cuando ha alcanzado su plenitud máxima, ya nos había regalado actuaciones grandiosas durante todos estos años, actuaciones de las que uno se acuerda toda su vida.
Una de ellas, una de las más importantes de todas según el propio Ferrera, tuvo lugar en Pamplona el 14 de julio de 2006. Era la última de la Feria del Toro de aquel año y el cartel lo componían Pepín Liria, Luis Miguel Encabo y Antonio Ferrera con ejemplares de la legendaria divisa de Victorino Martín. Los toros salieron en líneas generales y cada uno con sus matices, bastante complicados y exigieron a sus lidiadores hacer sinceros esfuerzos apoyados en la técnica y el oficio.
Liria y Encabo fueron silenciados en sus primeros turnos ante la verdadera imposibilidad de lucimiento y frente a sus segundos, que también fueron difíciles y con teclas pero que ofrecieron más opciones, hubieran podido tocar pelo de haber estado acertados con la espada y fueron ambos ovacionados por el público.
Mientras tanto, Ferrera se las vio en su primer turno con "Murriano" ejemplar con raza, temperamento y transmisión que planteó muchas dificultades por sus constantes frenazos y miradas y su corto recorrido. Con él Antonio tiró de oficio, técnica y raza para plantarle cara, y cuando ya estaba logrando acoplarse, imponerse y pegarle meritorios pases al toro, el "victorino" le propinó una cornada. El derrote, seco y certero, caló en la cara interna del muslo derecho del torero, infiriéndole una cornada de 8 centímetros.
Lejos de tirar la toalla, Ferrera, con un torniquete continuó su faena visiblemente mermado y acabó ganándose el reconocimiento del público. Mató de estocada tras un pinchazo previo y aunque se le pidió la oreja, no hubo petición suficiente, saludando una ovación antes de pasar a la enfermería.
La intriga del alcance de la cornada y la duda de si Antonio saldría o no a lidiar al toro que cerraba plaza y feria era enorme. Sin embargo, tras bastante tiempo en manos del equipo médico, Ferrera salió de la enfermería justo a tiempo. Le habían infiltrado para que pudiera seguir en pie y, dado que los médicos le habían tenido que desguazar la taleguilla, apareció portando un pantalón vaquero.
"Hebijón" fotografiado en "Las Tiesas de Santa María" (http://www.victorinomartin.com/)
El público de Pamplona, (mayoritariamente el de Sol) como es sabido acostumbra a entonar cánticos al son de charangas y bombos embebidos en su ambiente festivo y desentendiéndose aparentemente de lo que ocurre en el ruedo. Sin embargo, según la crónica de "Barquerito" de aquella tarde, emocionados ante la entrega del torero extremeño, durante la lidia de aquel sexto toro estuvieron plenamente metidos en lo que ocurría en el ruedo y acabaron rindiéndose ante Antonio Ferrera.
Salió entonces por la puerta de toriles un imponente "victorino", de pelo cárdeno, ostensiblemente paletón y que cerraba la Feria del Toro 2006. Estaba marcado con el número 71 y su nombre era "Hebijón".

Ferrera lo recibió bien de capa, con lances a la verónica jugando los brazos y perdiendo pasos llevando al toro hacia delante y a media altura, gustándose al cerrar con una media a pies juntos por el pitón izquierdo, el más potable del ejemplar. El tercio de varas fue un mero trámite, dándosele simplemente dos picotazos al "victorino".
Momento en que "Hebijón" cornea a Ferrera cuando éste trataba de realizar la suerte del retrovisor. (http://www.feriadeltoro.net)
A pesar de su merma física, Ferrera cubrió como de costumbre el tercio de banderillas, dejando un muy buen primer par de poder a poder y apoyándose en los palos como es propio en su estilo rehiletero. A acto seguido, Antonio quiso realizar la suerte del retrovisor para clavar el segundo par, la cual es de su invención y consiste en citar al toro desde una larga distancia, realizar un quiebro de espaldas para luego rápidamente ganarle la cara y clavar al cuarteo.
Sin embargo, en el momento del quiebro, "Hebijón" le empitonó en el muslo izquierdo de forma espectacular y violenta, volando el torero y quedando a merced del toro unos segundos en el suelo, siendo vital la rápida actuación de su cuadrilla y compañeros que enseguida se lo quitaron.
El pitón había penetrado en el muslo del torero infiriéndole una cornada extensa y de dos trayectorias, una de 12 y otra de 20 centímetros. Ferrera apenas pudo levantarse. Quedó sin sentido, pálido y con el rostro desencajado. Si en aquel mismo momento hubiera regresado a la enfermería, nadie le hubiera reprochado nada, pues su entrega y su actitud ya habían quedado más que demostradas.
Sin embargo, en cuanto volvió en sí, Antonio, infiltrado tras la cornada del toro anterior, con una auténtica paliza encima y herido en ambos muslos, exigió que le hicieran otra vez un torniquete y que le dieran la muleta.
Ni que decir tiene que, el presidente, con los pies en el suelo, se saltó el reglamento a la torera y cambió el tercio a pesar de que el toro solo tuviera dos palos.
Y ni mucho menos salió el torero con la idea de pasaportar simplemente al toro, sino con la misma actitud que había demostrado a lo largo de toda la corrida. El "victorino", aunque lo cierto es que no humilló nunca, tuvo recorrido, sacó buen fondo y fue a mejor a lo largo de la faena gracias a la buena lidia del torero. Ferrera, absolutamente entregado, dispuesto y enrazado, plantó cara al toro y lo acabó metiendo en el canasto encontrándole la distancia y la altura y respondiendo con firmeza a sus miradas y muchas veces ayudándose con la espada en los naturales y haciendo uso del toque fijador.
Dadas las condiciones del toro, la faena se basó en su mayor parte en el toreo al natural, aunque también logró lucirse con la diestra. La actuación de Antonio frente a "Hebijón" estuvo presidida por la entrega absoluta siempre con conocimiento pero jugándosela en cada muletazo y saliendo con torería de la cara del toro.
Soberbio pase de pecho de Ferrera a "Hebijón". (elpais.com)
El público de Pamplona acabó entregándose y rindiéndose al torero extremeño y coreó cada muletazo de aquella vibrante y también larga faena. Con la plaza convertida en un auténtico manicomio y con el lío ya formado, Ferrera recogió el estoque. Quedaba el último esfuerzo: el de la suerte suprema.
Para ella cuadró Antonio a "Hebijón" en la suerte natural y cuando ya había liado la muleta y montado la espada, el boyante toro se le arrancó antes de que le hiciera la suerte como mandan los cánones. Podía haber pasado en falso y volver a cuadrarlo, pero no hizo sino improvisar la suerte de recibir, dejando una estocada hasta la bola y en todo lo alto. En pocos segundos, "Hebijón" rodó sin puntilla y la plaza estalló.
Ante la unánime petición, el usía otorgó nada menos que las dos orejas y el rabo para Antonio Ferrera.  ¿Fueron merecidos los máximos trofeos? Pues lo cierto es que si nos restringimos a lo que estrictamente fue la faena, las dos orejas eran el premio justo; pero, teniendo en cuenta el heroico esfuerzo realizado por el torero, quizá los máximos trofeos se quedan cortos para premiar tan grandiosa gesta. Un rabo solo debe ser otorgado en situaciones absolutamente extraordinarias, y lo cierto es que ésta lo fue.
También hemos de mencionar que, como guinda al pastel y dejándose llevar por la euforia, el presidente sacó también el pañuelo azul, concediendo una muy exagerada vuelta al ruedo al toro de Victorino Martín, que si bien tuvo virtudes y fue el mejor con diferencia de la corrida, no mereció tal honor y es más, aunque fue el único ejemplar al que se premió con el honor póstumo en aquella feria, el prestigioso Premio Carriquiri le fue otorgado justamente al excelente "Zarandado" de Fuente Ymbro, con el que había tomado la alternativa Ambel Posada el día anterior.
Ferrera, visiblemente emocionado, reventado y vacío no tuvo ninguna prisa en abandonar el ruedo, regresando a la enfermería finalmente, triunfante y llorando con las dos orejas y el rabo de "Hebijón" en las manos en la que según dijo, (al menos hasta entonces) había sido la tarde más importante de toda su vida. Lógicamente no salió a hombros, pues se puso en manos de los doctores, siendo operado en la propia enfermería, para ser luego trasladado al hospital.
  
Momento de la soberbia estocada.
Por aquel entonces, yo tenía 6 años y aunque aún faltaban unas cuantas primaveras para que decidiera ser torero ya mostraba una pasión desmedida por el toro y mi vecino Antonio Limón, que cada semana compraba 6 Toros 6, cada varios meses me daba un montón de revistas con las que yo me quemaba las pestañas para luego empapelar toda la casa con ellas.
Y en una de ellas, (que no he encontrado para subirla al blog) aparecía Antonio Ferrera en la portada con el rabo de "Hebijón" en la mano y sobre el titular "FERRERA HÉROE EN PAMPLONA". Ver a aquel torero con un pantalón vaquero, con un torniquete, lleno de albero, totalmente despeinado y también desprovisto de chaquetilla y además sin perder la serenidad en el gesto, me causó verdadera admiración, más aún cuando supe que el rabo lo había cortado con dos cornadas y a un toro de Victorino Martín, que por lo que había visto en los vídeos de Tierra de Toros era de lo más terrorífico del campo después de Miura.
¿Cómo era posible que un hombre lograra realizar algo semejante? Me pareció simplemente digno de admirar. Y lo cierto es que los toreros, aunque una parte cada vez mayor de la sociedad los repugne por desconocimiento, son grandes artistas pero también superhombres, con una fuerza de voluntad y un espíritu de superación que son ejemplo para todos.
A mi lo cierto es que el de aquella foto me pareció un superhéroe, pues le daba veinte vueltas a cualquiera de los que pudiera haber visto en los dibujos animados.
Muchas veces escucharán aquello de "los toreros están hechos de otra pasta". Pues no. Su grandeza está en que son igual de humanos que todos nosotros y tener la fortaleza mental, el amor propio y hacia su profesión para realizar gestas homéricas tanto dentro como fuera de la plaza.
Los toreros son superhéroes de carne y hueso, aunque muchas veces se nos olvide darle la importancia que verdaderamente tienen solo por portar el chispeante.
 
Mario García Santos (@mario_garsan)

domingo, 7 de mayo de 2017

Morante, banderillero de antaño

Muchas veces habrán escuchado que Morante de La Puebla ha resucitado en su toreo la tauromaquia añeja y ciertamente, parte de su genialidad está en haber sabido rescatar detalles perdidos e introducirlos en su tauromaquia para enriquecerla aún más.
El Maestro es un gran estudioso del toreo antiguo y con ello hago alusión al del siglo XIX y sobre todo la primera parte del XX. Solo con lo que me viene ahora mismo a la memoria, podemos recordar detalles como el recibir al toro a una mano, las antiquísimas tijerillas que también en alguna ocasión ha realizado, su toreo a dos manos que tiene tan tremendo sabor ya lo realice por alto, por bajo e incluso sobre las piernas, las medias verónicas y los molinetes abelmontados, abaniqueos, tocaduras de pitón como alarde... También recordamos detalles más puntuales como el de tomar una silla para torear como hacía el mismísimo Rafael "El Gallo" o el secarse el sudor con el pañuelo de la chaquetilla con el toro delante como hiciese Joselito "El Gallo".
Por supuesto, no hay nada más antiguo ni a la vez más nuevo y por tanto eterno que hacer el toreo clásico, el toreo profundo, el toreo puro e imprimiéndole gran sentimiento, estética, compás, temple e improvisación, siendo por ello por lo que verdaderamente es una gran figura del toreo. Sin embargo, todos esos detalles que el Maestro rescata no hacen sino enriquecer aún más sus obras, pues además todo lo que se le haga a un toro con verdad, sentimiento y torería tiene cabida e importancia.
Rafael El Gallo citando para banderillear.
(foto tomada del blog La Razón Incorpórea)
Esta resurrección de lo antiguo en su toreo, está patente también en su personalidad para poner las banderillas y con ello no me refiero a su estilo rehiletero (que también) sino a lo esporádico de sus tercios.
También en esto tiene José Antonio mucho de antaño, pues antiguamente, el noventa por ciento de los matadores eran también banderilleros, sin embargo, muy pocos eran grandes maestros de este tercio. 
La regla no escrita estipulaba que cuando un matador cogía los palos, más aún si no era un gran especialista en esta suerte, era para dar a entender al público su gran disposición y/o las posibilidades de faena grande que veía en las condiciones del toro. Por tanto, que esto ocurriese era algo extraordinario y sorprendía al público.
Sin embargo, la gran mayoría de los matadores, aunque no fuesen grandes rehileteros, se defendían en esta suerte, pues era habitual que entre los compañeros de terna se invitasen a compartir tercio.
Morante y Padilla "juegan" con un toro de Gavira en Jerez en 2010.
Hogaño, vemos contados matadores que son grandiosos especialistas en el tercio de banderillas como son por excelencia El Fandi, Antonio Ferrera, Juan José Padilla o Manuel Escribano. Sin embargo, es rarísima la vez que no han cubierto el tercio, pues por ejemplo, Fandila, en sus 17 años de matador de toros, únicamente se ha dejado sin banderillear dos toros y por una lesión. Sin embargo, y a pesar de que este gran espectáculo es uno de los alicientes por el que el público va a verles, el hacerlo siempre les resta capacidad de sorpresa y es más, les obliga a hacerlo todas las tardes, incluso a aquel toro que no ofrece posibilidad alguna para hacerlo con lucimiento.
Par por los adentros de Joselito El Gallo.
Por otro lado, vemos a la gran mayoría de matadores, que no solo no ponen banderillas, sino que, salvo "El Juli" que dejó de colocarlas y Talavante o Perera que las han colocado en una sola ocasión como sorpresa, no tienen noción alguna en este difícil tercio. ¿Qué les ocurriría si alguna vez les invitasen a compartir tercio? Al igual que existe la competencia en quites, ahora que se demanda mayor rivalidad, ¿se imaginan lo que sería ver a dos figuras máximas compartiendo tercio de banderillas? Eso, que en la tauromaquia antigua era muy habitual, por desgracia, lo hemos ido perdiendo hasta hoy.
Morante en Las Ventas en el año 2007. Aquella corrida, en la estoqueó en solitario, colocó tres grandiosos pares al sexto de la tarde.

Quizá sea Morante ese único torero que, ni es un verdadero especialista en el tercio ni un absoluto desconocedor, sino un rehiletero seguro y también artista y conocedor de las máximas de esta suerte, la cual nos la tiene guardada en su repertorio para sorprendernos en cualquier momento.
Recordemos, como pequeño ejemplo, cuando nos regaló tercios de banderillas en El Puerto de Santa María en 2006 con un toro de Núñez del Cuvillo, en Jerez en 2010 a un toro de Gavira e invitado por Padilla, en Alicante el mismo año a un toro de Juan Pedro Domecq invitado por Esplá o en la Goyesca de Ronda de 2012 cuando estoqueó la corrida en solitario.
Apariciones esporádicas sí, pero si las repasamos han sido muchas y muy buenas. La última el pasado jueves de farolillos en La Maestranza, al toro "Ropalimpia" de Núñez del Cuvillo.
En esa ocasión el Maestro nos volvió a sorprender y también nos hizo ver que, con o sin intención, hasta en eso tiene inspiración en antaño, pues, como dijese el propio Morante: "mi arte no me pertenece."
 
Mario García Santos (@mario_garsan)

lunes, 26 de diciembre de 2016

Origen e historia del encaste Santa Coloma

El encaste Santa Coloma es uno de los más bellos y singulares del campo bravo y ha sido protagonista de épocas doradas del toreo de la mano de muchas figuras que sintieron predilección por él.
Posee un comportamiento propio y una morfología y unos pelajes que lo definen, así como podemos decir que es único por su personalidad.
Son toros que se caracterizan por su sinceridad y por definirse rápido y no ser tan cambiantes como ocurre en Núñez y Atanasio, sino que en su salida dejan clara su condición tanto para bien como para mal. Requieren más aún que otros encastes una lidia ordenada y en la que se le hagan las cosas bien para que rompan, se entreguen y vayan a más, de lo contrario podrán desarrollar sentido. Este sentido hace que, en teoría sean animales de faenas cortas y medidas, pudiendo ponerse muy complicados para la suerte suprema si se les pasa de faena. Esto no indica que una vez se entreguen no puedan durar una eternidad como ha sucedido con toros que permitieron grandes faenas y que parecían no tener fin, como por ejemplo el famoso "Marquito", indultado en Granada por Ortega Cano.
"Marquito" de Ana Romero, cuya estampa es el prototipo de Santa Coloma.
Son además animales muy sensibles a los toques bruscos (con los que se aviolentan) y muy agradecidos cuando se les trata con temple y suavidad.
Los ojos de los Santa Coloma también son especiales, pues son saltones, intensos y vivos, siendo famosas sus miradas fulminantes hacia los toreros. Cuando nombramos este encaste, siempre se nos viene a la mente un toro cárdeno, bajo, enmorrillado, un poquito cuesta abajo y de cuerna armónica y nunca destartalada.
El prototipo Santa Coloma es ese toro bajo, armónico y serio, que debe rondar los 470 y los 500 kilos, pues de lo contrario estará acochinado y será difícil su movilidad.
Para adaptarse a los nuevos tiempos se ha trabajado por lograr un toro que pueda albergar más kilos, por tanto con más caja y también que abra más la cara, aunque el verdadero tipo del encaste y por tanto, lo que suele embestir, es el anterior, así que los ganaderos tratan de encontrar el término medio entre ambos, para llegar al toro exigido sin sacar de tipo el encaste.
El pelaje por antonomasia como sabrán es el cárdeno en todas sus tonalidades, al cual se suma el negro, ya sea zaino o entrepelado, y además, aparecen, (desde el origen del encaste a comienzos del siglo XX), todo tipo de accidentes desde los salpicados, bragados y meanos a los calceteros, calzones, luceros, cinchados, jirones, coleteros... La gran mayoría de las veces lo hacen en forma de pelos blancos, ya sea sobre el predominio del cárdeno o del negro. También hemos de mencionar que, muy excepcionalmente, en algunas ganaderías han aparecido ejemplares colorados, castaños o tostados, a consecuencia de un salto atrás por la línea ibarreña.
"Golosino" de La Quinta galopa tras la muleta de Juan Bautista en Istres.
La historia ha hecho que fruto de la disgregación de Santa Coloma, existan varias líneas dentro de un mismo encaste como son Buendía, Graciliano y Coquilla y también está estrechamente emparentado con el encaste Saltillo, pues Santa Coloma nace del cruce de Saltillo e Ibarra, y además, posteriormente, muchas ganaderías de Saltillo fueron refrescadas con ganado de Santa Coloma, como es el caso, nada menos que el de la de Victorino Martín.
Así, en esta reportaje (que se divide en dos partes), repasaremos toda la historia del encaste remontándonos a comienzos del siglo XX, para, viendo como se desarrollan los hechos, comprender el origen de lo que ha llegado a nuestros días.

El nacimiento del encaste

El encaste debe su nombre a D. Enrique de Queralt y Fernández de Maquiera, más conocido como el XI Conde de Santa Coloma, dinastía originaria de Cataluña. Resulta que a primeros del siglo XIX, la dinastía de los Santa Coloma se había unido mediante un matrimonio con la de los Bucareli, unos negociantes genoveses que por establecerse en Sevilla tuvieron un poder inmenso en España y América, además de un patrimonio tremendo de edificios y tierras. Por tanto, al unirse las dos familias, los descendientes heredaron el patrimonio de ambas.

El XI Conde de Santa Coloma, además de maestrante de Sevilla, era un gran aficionado al toro tanto en la plaza como en el campo e íntimo amigo de los más importantes ganaderos del momento como eran los Miura, los Duques de Veragua y el Marqués de Saltillo. El Conde recibió en la dote de su abuela Bucareli una auténtica joya, una finca de 3000 hectáreas situada entre Alcalá de Guadaira y Morón de la Frontera: el celebérrimo cortijo "Bucaré". Por cierto que este nombre no tiene más significado que el de la castellanización del apellido italiano de los propietarios de la hacienda.
Esto ocurrió a primeros del XX y el Conde decidió hacerse ganadero de bravo en "Bucaré", al igual que lo hubiera hecho su antepasado en el siglo XVIII. Al tratarse de un importante aristócrata, no podía tener cualquier ganado, sino levantar una vacada importante y a la altura de su título, por lo que tras estudiarlo, cuando supo que D. Eduardo Ybarra había puesto su ganadería en venta se lanzó a por ella. De esta forma, la que era una de las más importantes ganaderías del momento, fue dividida en dos lotes iguales: uno lo compró D. Fernando Parladé y con el otro se hizo el Conde de Santa Coloma.
Así, el ganado de Ybarra llegó a "Bucaré" en 1904 dándose el Conde por satisfecho, sin embargo, en 1905 falleció la Viuda de Saltillo. La ganadería de ésta estaba en manos del nuevo Marqués, pero su madre siempre le había impedido que la vendiese, pues no quería que tan importante vacada creada fruto de la selección realizada saliese jamás de su familia. No obstante, una vez fallecida ella, no tuvo ningún reparo en venderla, aceptando todas las opciones de compra, adquiriendo también el Conde de Santa Coloma un lote.

Portada del Cortijo "Bucaré".
De esta forma, el Conde reunió en "Bucaré" ganado de dos de las mejores ganaderías de su época. Ambas eran ramas de un mismo árbol, pues habían surgido de la casta fundacional de Vista Hermosa, pero habían evolucionado por separado, siendo por tanto ambas radicalmente diferentes.
Las reses de Ybarra tenían mucha más caja y volumen y en ellas predominaba el pelaje negro y en menor medida el castaño y el colorado. Su bravura era más noble y toreable y sobre todo era importante su regularidad, lo cual la hacía la predilecta de los toreros. Sin embargo, esa toreabilidad y nobleza a menudo estaban cercanas a la mansedumbre.
Mientras tanto, los Saltillos tenían menos caja y mayor alzada y finura y la capa cárdena era la predominante. Eran toros mucho más duros, fieros y vivos, y su bravura desembocaba en el genio, el peligro y el sentido.
Así, el Conde llevó dentro de su propia ganadería tres líneas por separado: una pura Ybarra, otra pura Saltillo y otra que era la cruza de ambas. De esta última esperaba lograr su creación, la de una ganadería que aunara lo mejor de ambas sangres.
Pasados varios años, decidió conservar solo la cruza, decidiéndose a vender las partes que aún conservaba puras. De esta forma, mediante estas ventas, se escribirán otras historias por separado.

Lo primero que vendió, fue la parte de Saltillo en 1912, conservando únicamente las vacas con notas más altas. Y el comprador de este lote de 173 cabezas fue nada menos que su propio hermano menor, D. Hipólito de Queralt y Fernández de Maquiera, el XIII Marqués de Albaserrada, el cual poseía en Gerena la famosa finca "Mirandilla", a donde viajaron los "saltillos" (que solo permanecerían allí 9 años).

El de 1919 sería un año dorado para ambos hermanos, ya que en la Plaza Vieja de Madrid el 11 de mayo se le dio la vuelta al ruedo al famosísimo "Bravío" número 70, ejemplar del Conde de Santa Coloma que resultó de bandera y que aunó lo mejor de las sangres Saltillo e Ybarra, en cuya bravura se equilibraron a la perfección.

"Bravío" en los corrales de la plaza de Madrid.
Pero además, el 29 de mayo siguiente, el no menos célebre "Barrenero", perteneciente a la ganadería de su hermano el Marqués de Albaserrada, fue también de bandera y de vuelta al ruedo. Este toro fue aún más duro y fiero que el anterior, pegando con él Rodolfo Gaona un petardo mayúsculo al verse desbordado el gran torero mexicano. Por cierto que esa tarde el hierro de la A coronada tomó antigüedad.
Revista de la época que ilustra el momento en el que Gaona intenta descabellar en medio de una bronca tremenda.
La cabeza de "Barrenero", disecada en Gerena.
El Conde de Santa Coloma, vendería en 1916 un lote en el que predominaban las reses puras ibarreñas pero en el que también incluyó desechos de tienta y ganado de la línea Saltillo y de la cruzada. Éste fue adquirido por el ganadero salmantino Francisco Sánchez de Coquilla, naciendo por esta vía la famosa rama del que sería encaste Santa Coloma.
Por último, en 1920 vendió otro lote en el que también predominaba la sangre ibarreña y en el que la de Saltillo aparecía en un porcentaje menor al anterior, lo que explica las grandes diferencias entre ambas. Éste fue adquirido por el gran ganadero salmantino Graciliano Pérez Tabernero, quien dio forma y nombre a esta otra rama del encaste.

La ganadería del Conde tuvo sus años dorados cuando la cruza fue equilibrada en las primeras generaciones en las que había un 50% perfecto de ambas y el gran Joselito el Gallo, la tuvo como una de sus predilectas. Quien fuera el artífice del toreo y el toro moderno estaba seguro de que las ganaderías procedentes de Vista Hermosa y concretamente sus líneas Saltillo y Parladé eran las mejores para el toreo, por lo que en la del Conde encontró la ganadería ideal al ser una cruza de ambas, llegando a estoquear hasta 109 toros suyos, muchos de ellos en manos a manos con Belmonte
Cabeza de "Cantinero", toro de Santa Coloma (de la
línea cruzada) al que Gallito cortó la primera oreja
 que se concedía en la historia de La Maestranza.
y como único espada, como la famosa tarde de 1915 en la que cortó la primera oreja de la historia de La Maestranza de Sevilla, un hito al que ya le dedicamos una entrada con motivo de su centenario (Pinchando aquí podrán recordarla).
Gracias a José la ganadería se puso en la cima, pero, la cruza, al seguirse cruzando sin equilibrar correctamente la balanza hizo que la vacada decayese, pues desarrolló los defectos de ambas líneas, siendo por lo general ejemplares geniudos, con peligro, sentido y mala casta, lo que provocó el rápido rechazo de los toreros. Joselito falleció en 1920 y en 1921, un toro santacolomeño hirió de gravedad a Belmonte en Sevilla, mismo año en que el Marqués de Albaserrada fallecía de un infarto. Durante los años 20 la vacada siguió en declive y finalmente el Conde decidió venderla en la primavera de 1932, pues, teniendo en cuenta además la situación de su vacada, ante la llegada de la República, evitó el saqueo de sus fincas y palacios haciendo creer estar arruinado.
De esta forma, el hierro, la divisa, el ganado y la finca "Bucaré" pasaron a manos de D. Joaquín Buendía Peña, un joven de apenas 24 años para quien su padre y su padrino (ambos socios e importantes agricultores) compraron la ganadería de Santa Coloma.
Sobre el trabajo y el papel de D. Joaquín, quien escribiría las páginas más gloriosas del encaste Santa Coloma, hablaremos en la segunda parte de este reportaje.

La influencia "santacolomeña" en Victorino Martín

El legendario hierro de la A coronada y la divisa azul y encarnada, cuya antigüedad se corresponde con la tarde en que se lidió "Barrenero", es el que creó el Marqués de Albaserrada para herrar los puros "saltillos" que criaba en "Mirandilla". Este mismo hierro lo conserva en la actualidad D. Victorino Martín y por esa raza razón, a los "victorinos" también se los conoce como "albaserradas" pues son descendientes de los ejemplares que el Marqués criaba en Gerena. Sin embargo, la historia de cómo el hierro y la ganadería llegaron a manos de D. Victorino Martín Andrés no es tan conocida.
Un joven Victorino Martín Andrés ejerce de
picador en un tentadero.
Tras triunfar con fuerza en Madrid con su toro "Barrenero" en 1919, el Marqués de Albaserrada falleció el año siguiente víctima de un infarto. Su viuda, quien realmente no sabía qué hacer con la ganadería, accedió a venderla en 1921, aceptando la oferta del vallisoletano D. José Bueno Catón, un adinerado comerciante de cerdos. De Bueno pasó a su viuda Dña. Juliana Calvo en 1928, quien, alrededor del año 1940, refrescó la ganadería comprando 50 vacas y un semental a D. Joaquín Buendía. Cuando Dña. Juliana fallece en 1941 sin descendencia, la ganadería la heredaron sus cuatro sobrinos Antonio, Josefa, Florentina y Andrea, quienes lidiaron a nombre de "Escudero Calvo Hermanos". A comienzos de los 60, el hierro atravesaba un momento muy delicado y sus propietarios buscaban desesperadamente comprador, pues de lo contrario se verían obligados a mandarlo al matadero.
De esta forma, un carnicero de Galapagar llamado Victorino Martín Andrés, compró (junto con sus hermanos) la ganadería entre los años 1960 y 1965 a un bajo precio de carne. Aunque muchos le dijeron que se arruinaría comprando una ganadería que por algo iba al matadero, D. Victorino estaba convencido de que "le había tocado la lotería". El resto de la historia ya es sabida: Victorino creó una de las más importantes ganaderías de la historia y que sigue en la cúspide en la actualidad.
Por cierto que nada tienen que ver con los "victorinos" los "albaserradas" que desde 1947 pastan en "Mirandilla", los cuales son de origen Isaías y Tulio Vázquez.
La sangre predominante en Victorino es la de Saltillo, pero, por ese refresco que realizó Dña. Juliana con reses de Buendía, la sangre "santacoloma" también tiene una alta influencia en la ganadería y se refleja en las hechuras, pues también aparecen toros bajos, enmorrillados, con el denominado "hocico de rata" y con el innegable tipo "santacolomeño".
Recuerdo por ejemplo un ejemplar llamado "Estanquero", lidiado por El Cid en Sevilla en 2015, muy en Buendía y por supuesto, también vemos esta influencia en las hechuras del grandioso toro "Cobradiezmos".
 
"Cobradiezmos", indultado en La Maestranza el 13 de abril de 2016.
 
Mario García Santos (@mario_garsan)